La mañana huele a leña de encina
madurando sabores venideros. Los aromas
a cocina, guisos que duran una mañana, los de siempre, se acumulan impregnando y estimulando los sentidos. Ese es
el aroma de las madres, de las abuelas, ese aroma que perdurará en la memoria
de mis tiempos.
También huele a picón recién
encendido, a tizones que no llegarán a calentar el hogar. Un brasero cubierto
de cenizas y el envoltorio de una tableta de chocolate animan las incipientes
brasas. Recuerdos de aromas que nunca volverán, aromas de un despertar de
lonchas de tocino recién apartado del fuego, a café de puchero y a pan frito.
Cuando el frío de Enero se cuela
entre los huesos, cuando
las palabras son sonidos y vaho, cuando tiritan hasta los pensamientos,
entonces buscaba en la pequeña azotea al rey, al caballero protector de las
mañanas y entre dientes y heladas esperas recitaba:
Sal solecito
Caliéntame un poquito
Para hoy, para mañana,
Y para toda la semana.
Levanto la vista, la
verdina invade las viejas tejas, junto a jaramagos incipientes que pronto verán
su fin. En el pequeño patio solo helechos y aspidistras resisten la perenne batalla del
invierno. La humedad coloniza esas mil
capas de cal que cubren las paredes. Gota a gota forman pequeños caminos que
como ríos diminutos bajan hasta el arriate, donde la desnuda parra acumula vida para el verano que
vendrá.
La neblina de la mañana va dejando pasar un tibio sol que con timidez acaricia
la barranca y las verdes hojas del olivo que se asoman a ella, eternamente
suspendidas en el aire. Dos gorriones se desperezan en el alero saltando
rítmicamente, picoteando entre las tejas. Es placentero el sol rozando la cara,
cierro los ojos para que también los parpados reciban su cortejo de luz. Veo mi
sangre cuando cierro los ojos, rojo intenso, porque ante tal rey solo cabe
postrar los parpados.
Extasiado por la calidez del momento
en una mañana de heladas negras, de cristales efímeros en las charcas y en las fuentes, sueño
con lo que sueñan los niños, sueño en romper el cristal de ese charco antes que nadie, antes que
mi hermano ,porque siempre seremos niños mientras pisemos charcos., sueño en el recreo, si hoy tendremos juegos y sueño que la
primavera, pronto vendrá, empujando al invierno hacia otros tiempos que ya
volverán.
Abro los ojos y veo como mi abuela
sale diligente de la cocina y enseña los bocadillos, es la señal para bajar, es
la hora de marcharse para el colegio. Mi abuela es menuda, muy activa,
cariñosa, siempre vestida de oscuro y en casa siempre un delantal con
amplios bolsillos ciñe su cintura, benditos bolsillos de los
que siempre emana alguna sorpresa, a veces un caramelo, a veces una
fruta, a veces chocolate y siempre su eterna navaja de cocina. Recuerdo
su sonrisa cómplice cuando
metía sus manos en los bolsillos, debía de ver la impaciencia pintada en
nuestros rostros y sonreía.
Y
mi madre, "madre", no hay una palabra mas hermosa que esa "madre" . Ahora entiendo
muchas cosas, una madre se define sin palabras, se califica en silencio y con
amor. Ese amor que nos dio antes, que nos da ahora y lo
tendremos siempre. Educar es enseñar a vivir, enseñar a volar, mostrar
los caminos. Desde la madrugada anda despierta, desayunos, comidas y mil
repasos. Hasta abrir la puerta de la calle para ir al colegio, una ultima mirada, para
asegurar que todo va bien, ropa, zapatos y nada de churretes en la cara
que como niños teníamos facilidad para hacernos con ellos. Solo
quedaban las ultimas recomendaciones y el beso.